lunes, 17 de junio de 2013

Jesús Carrasco, Intemperie




Hay algo anacrónico en la historia de un niño que escapa del hogar, por una razón misteriosa, y que se enfrenta solo a una llanura sin límites hasta que encuentra la compañía de un viejo pastor de cabras. El inusitado éxito de este libro lleva a pensar que la literatura española vuelve a inspirarse en los relatos hambrientos de la posguerra. Pero no es así. Hay muchas razones para pensar en esta novela como una "rara avis" dentro de su propia tradición, la española. Para empezar, lo obvio, que sería situarla como un retorno a esa literatura del terruño, no explica por qué Intemperie ha tenido un éxito internacional antes que en la propia España. Esto nunca les pasó a nuestros narradores mesetarios: Delibes, Fernández Santos, el multipremiado Cela y tantos otros. Jesús Carrasco, a diferencia de sus aparentes maestros, elimina toda referencia concreta porque quiere dar a su historia un sentido universal. Hubiera sido demasiado evidente desviar la lectura hacia una visión de la Castilla o la Extremadura profundas en tiempos de Franco. Pero esta novela no ha hecho concesiones a la facilidad.
Muchos han señalado el nombre de Delibes. Sin embargo, el autor de El camino respira amor por el campo y sus personajes. Delibes nunca escribiría: "Guárdate de los hombres del pueblo". En Intemperie la llanura, con sus azotes de sol, sed y hambre, es una maldición bíblica. 
Por el contrario, la aventura de un niño y un hombre experimentado en medio de un mundo unánimemente hostil nos conduce al Cormac Mac Carthy de La carretera. El propio autor ha reconocido su deuda con este tipo de literatura norteamericana, incluso con el western. Y otra relación de parentesco, que no sé si ha dicho ya, es la que se puede encontrar con Juan Rulfo. Por un lado, se siente todo ese sentimiento de orfandad enmarcado en un páramo espantoso, las caminatas bajo un sol devorador y la nostalgia del agua que sólo aparece muy de vez en cuando. También está ese tono seco y poético que otorga el fraseo de oraciones sin verbo, el modo con que se juntan los sonidos, la misma música de las palabras. 
Dos aspectos más me llaman la atención de esta novela poderosa. Uno de ellos es el ritmo de la acción. Aunque se advierte un cuidado extremo en la elaboración de las imágenes, el narrador no se engolosina hasta el punto de que se le olvide contar una historia. Se disfruta de una trama muy bien llevada, con dos escenas terribles estratégicamente localizadas a la mitad y al final de la novela. 
La otra cuestión hace referencia a la simbología cristiana que da sentido al relato. Hay un buen número de indicios, pero me limitaré a a señalar sólo algunos. Repare el lector en la figura de Jesucristo que preside el castillo donde el muchacho encontrará refugio; piense en el pastor lector de la Biblia, o en el alguacil, que es asimilado con el mismo Satanás; recuerde, por último, los episodios de la flagelación de Jesucristo, o en el abrazo del padre en la parábola del hijo pródigo. Todo esto y mucho más, sumado a la frase final, lleva a pensar que estamos ante una novela que juega de forma ingeniosa y profunda con muchos textos, desde la novela norteamericana de carretera hasta el relato de la pasión de Jesucristo. De ahí que, en medio de las soledades de una España mitica, este relato trágico y doloroso encuentre al final un margen para la esperanza.

Jesús Carrasco: Intemperie, Barcelona, Seix Barral, 2013.