jueves, 7 de marzo de 2013

Tierra de fuego, de Adam Zagajewski


(Este lector se ha consentido un parón vacacional demasiado largo y ahora vuelve a incluir reseñas... aunque no sean mías, sino de mi hijo Santiago. Y aquí la cuelgo, justamente orgulloso, creo.)





Tierra de fuego, de Adam Zagajewski
Adam Zagajewski es uno de los poetas polacos contemporáneos más reconocidos internacionalmente, de la conocida generación del 68, en la que se encuentran grandes voces como Wislawa Szymborska, Czesław Miłosz, Zbigniew Herbert, Józef Czapski... Nació poco después de la Segunda Guerra Mundial, por lo que no sufrió los horrores de la guerra. Sin embargo, su familia fue expulsada de Lvov (actualmente Ucrania) y se trasladó a Gliwice.
En Tierra del fuego se perfilan una gran cantidad de escenarios: ciudades invernales, bosques, alguna playa, un autobús, un tren, un aeropuerto, la vista de Delf de Vermeer, las casas de Lvov o de Praga… La mirada del poeta se detiene en una gran variedad de lugares comunes, descubriendo en ellos atisbos de belleza, de verdades ocultas por dondequiera que pasa. Se desliza por todas y cada una de estas situaciones, sorprendiéndose como un viajero. Al igual que el turista, tiene el anhelo de entender algo en él que no comprende, pero que, sin embargo, le resulta familiar.
La única manera de saciar ese anhelo es la poesía, que puede captar esa realidad inaprehensible y misteriosa de la vida. El valor de la poesía reside en ese gran poder de actualizar una experiencia y comprenderla, pues como dice el primer poema, Concha:

Un poema es capaz de retener el eco
de la tormenta, como la concha que tocó Orfeo
al escapar. El tiempo arrebata la vida,
y devuelve la memoria, dorada por las llamas
y negra por las ascuas

El poema está por encima de la vida, del pasado, que rescata dorado por el recuerdo. Como una concha, conserva el eco de las olas del mar, que resuenan en el momento en el que se lee el poema, evocando la playa en la que una vez estuvo la concha. Pasado un tiempo, se comprende finalmente el sentido de aquellas situaciones, que solo pueden recogerse en una concha, y por tanto, solo pueden ser escuchadas en el mismo sitio.
La poesía se encuentra en un término medio entre el pasado y el futuro, pues “Lo que venga será invisible/y ligero./Lo que existe, vacila entre la ironía/y el temor./Lo que perdure será/azul como el ojo/de una guillotina”. El resultado, que no deja de pasar por la guillotina, es un azul claro como el iris.  El poeta tiene la certeza de que el futuro es inaprehensible y el presente se encuentra en un constante forcejeo entre ironía y temor (pues Zagajewski, aunque más veladamente, también utiliza esa ironía tan característica de poetas como Szymborska). Por eso, la poesía de Zagajewski es atemporal, abierta y libre:

Iba por una ciudad medieval,
por la tarde o al alba,
 era muy joven o bastante viejo.
No llevaba ningún reloj
ni calendario, sólo la terca sangre
que medía una eterna lejanía.
Podía volver a empezar
esta propia o impropia vida,
todo parecía sencillo,
las ventanas no cerraban del todo,
los destinos ajenos, entreabiertos.
En primavera o al comienzo del verano,
muros calientes,
un viento suave como la piel de una naranja,
era muy joven o bastante viejo,
podía escoger, podía vivir.

Es por ello que no pasa desapercibida una esperanza latente expresada por medio de imágenes de una increíble belleza. En Para M, por ejemplo:

Un día, el mar, oscuro, amenazaba,
sobre la superficie arrugada del agua
pasaban orquídeas de tormentas.

O en Lo que pasó:

Cuatro toneladas de muerte yacen en la hierba
y duran las lágrimas secas entre las hojas del herbolario.

La belleza contenida en estos versos produce un deslumbramiento ante una realidad superior. Ante esa belleza, el poeta quiere ver las claridades, chispas de belleza, a cada momento. Por eso, la tierra ardiente es uno de los temas fundamentales del libro. En el poema del mismo título, el poeta invoca a aquel que puede “ver nuestras casas por la noche y las finas paredes de nuestras conciencias” en una oración profunda:

Innombrable, invisible, silencioso,
libérame de la anestesia
llévame a la Tierra del Fuego,
llévame allí, donde los ríos
fluyen verticalmente, verticalmente fluyen
ríos horizontales.

Probablemente evocando al Infierno de  Dante, Zagajewski despierta la atención sobre el fuego, realidad ambigua, que está presente en todo el poemario, y refleja un aspecto particular de la existencia humana. Por una parte, el fuego despierta el alma que lo contempla, hace brillar chispazos poesía. Pero ese mismo elemento se encuentra prometido con la muerte, las cenizas, las ascuas, la oscuridad. En esa contradicción, reflejo de la condición humana, ahonda el poeta para descubrir el camino hacia la luz.

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