viernes, 20 de enero de 2012

Edmund Crispin: La juguetería errante

Pocas novelas tan divertidas y, al mismo tiempo, tan literariamente artificiales como La juguetería errante. He de reconocer que me lo he pasado muy bien leyéndola.Todo aquí es  muy british: el ambiente oxoniense, el humor absurdísimo, la investigación concebida como un pasatiempo y esos estudiantes que paladean un madeira mientras hacen observaciones cínicas sobre el equipo de remo de la Facultad. La pareja protagonista no puede ser menos inverosímil: un poeta muerto de hambre y un profesor de literatura medio chiflado. Entre los dos llevan a cabo la investigación en medio de un Oxford de los años treinta, en donde una serie de coincidencias imposibles los va llevando a la resolución final del enigma. A diferencia de la mayor parte de las novelas policiales, incluso las de tradición inglesa a las que se adhiere Crispin, aquí nada se toma en serio. Ni siquiera el mismo caso. Los diálogos de los dos detectives aficionados, Cadogan y Fen, son demasiado absurdos. Como muestra este botón: a los dos los acaban de golpear unos individuos y los han atado de pies y manos. Entonces, para matar el tiempo, recurren al siguiente pasatiempo:

Vamos a jugar a los Libros Infumables -sugirió Fen.
-Vale. El Ulises.
-Vale. Todo Rabelais.
-Vale. El Tristram Shandy.
-Vale. La copa dorada.
-Vale. Rasselas.
-No,a  mí me gusta Rasselas.
-¡Santo Dios, bueno, pues entonces Clarissa!
-Vale, Titus... (pág. 130)

Quizás algunas de las persecuciones grotescas en bici, en camión o en piragua que pueblan la novela puedan recordar a El hombre que fue Jueves. Pero Chesterton, en medio de la broma, era un señor más serio. Salvo quizás alguna conversación al final, toda la novela es un gran cachondeo a costa, entre otros, del género policial, la Universidad de Oxford, las viejecitas inglesas y las novelas de Jane Austen. 

Edmundo Crispin: La juguetería errante, trad. José C. Vales, Madrid, Impedimenta, 2011.

jueves, 12 de enero de 2012

Enrique Krauze: Redentores. Ideas y poder en América Latina


.El autor de este libro es quizá uno de los nombres mayores del ensayo hispanoamericano actual. Historiador de conocida trayectoria, entre sus muchos libros se encuentran piezas maestras del género biográfico, como su monumental Biografía del poder, que recorre la trayectoria de los principales prohombres de México desde la Independencia hasta los últimos presidentes del PRI. Una estructura semejante ha guiado esta última entrega suya, en la que desarrolla los hechos e ideas de figuras relevantes del pensamiento y la acción política en Hispanoamérica a lo largo del pasado siglo.
La primera parte del libro esboza cuatro retratos imprescindibles de intelectuales de principios del siglo XX: Martí, Rodó, Vasconcelos y Mariátegui. Se trata de cuatro figuras colosales, cada una a su manera, que representan el papel singular del letrado en la escena pública hispanoamericana. El análisis que aporta Krauze no es demasiado original en ninguno de los casos, pero salta a la vista su capacidad narrativa y su conocimiento profundo de la obra de alguno de ellos, como José Vasconcelos. Las semblanzas posteriores abren el campo de observación a hombres y mujeres de acción, frente a los intelectuales, aunque a veces se confundan los planos, como es el caso del Che Guevara. La lista que promete Krauze es tan sugerente como variada. Además del mentado icono de la Revolución, están Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Eva Perón, Mario Vargas Llosa, Hugo Chávez, Samuel Ramos y el Subcomandante Marcos. Llama la atención la desigualdad de trato entre uno y otro. No me refiero a la inevitable y necesaria parcialidad del ensayista. Los personajes más amables desde su óptica son aquellos que, como Paz o Vargas Llosa, se sienten de vuelta de ideales que sólo conducen a la violencia y la falta de libertades. El problema reside, más bien, en la irregularidad de tonos y espacios. Así, a la amplísima y amistosa biografía de Paz –maestro de Krauze, no lo olvidemos-, le sigue otra demasiado breve de Evita. Una figura así de incómoda, contradictoria y egolátrica, merecía mucho más. Lo mismo se puede decir del capítulo de Chávez: más que una biografía es una diatriba política.
Para Krauze los anhelos redentores de líderes e intelectuales son, en general, nefastos para las naciones que pretenden salvar. Su ideario neoliberal, basado en pensadores como Berlin o Popper, le lleva a desconfiar de las utopías revolucionarias, aunque lamentablemente su discurso no termina de armarse de forma consistente. Las biografías, en muchos casos apasionantes, son demasiado dispersas como para poder seguir un hilo argumentativo común. El epílogo, poco más de diez apretadas páginas, esboza unas conclusiones que requerirían mayor análisis. Atribuir, por ejemplo, al catolicismo de la época colonial la raíz de estos redentorismos intransigentes no deja de ser una lectura simplificadora de Max Weber. También ha habido salvapatrias en otras culturas con un background muy distinto, incluso en regiones protestantes. El nazismo hitleriano prendió mejor en la Prusia luterana que en la Baviera o la Austria católicas. El continuo rebrotar de esa semilla seudomesiánica hubiera requerido de un análisis más demorado y complejo. Pero, en cualquier caso, he aquí un libro que presentará a muchos lectores una galería atractiva de un grupo de figuras esenciales de la historia hispanoamericana del siglo XX.

Enrique Krauze: Redentores. Ideas y poder en América Latina, Barcelona, Debate, 2011, 582 págs
(publicado en Aceprensa)