martes, 20 de septiembre de 2011

Juan Gabriel Vásquez: El ruido de las cosas al caer


Premiada con el Alfaguara de este año, la última novela de Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) se localiza en la Colombia de los años setenta, cuando el narcotráfico empieza a desplegar toda su ominosa presencia en el país. Un joven profesor de Derecho, Antonio Yammara, se hace amigo de un hombre de mediana edad atormentado por una oscura historia, Ricardo Laverde. Por un trágico azar, el protagonista está junto a Laverde cuando este es asesinado en medio de la calle. Yammara, que ha resultado herido de gravedad, queda profundamente conmocionado por la experiencia y su vida, hasta entonces burguesa y tranquila, se transforma. A partir de ese momento, su matrimonio empieza a entrar en una lenta deriva mientras él trata de comprender el pasado de su amigo desaparecido.
Como todas las tragedias, el final se conoce de antemano y el destino de Laverde (al igual que el del resto de los personajes) está escrito y es conocido, o intuido, por los lectores casi desde el comienzo. Con el borroso recuerdo de la Crónica de una muerte anunciada de García Márquez, la novela se construye a partir de una investigación obsesiva en donde los muchos detalles que van brotando aportan sólo una verdad muy relativa a los hechos. Algún que otro episodio secundario, de hecho, no añade gran cosa al conocimiento que busca Yammara, pero vale por sí mismos, casi como un cuento independiente.
Lo mejor del libro es, sin duda, la calidad del estilo con que está elaborado. Vásquez domina una prosa tersa, elegante. El autor exhibe todo su talento en las distintas atmósferas donde se desarrolla el relato. Son muy bellas sus evocaciones del hermoso barrio de la Candelaria, en Bogotá, o de la hacienda Villa Elena, en los idílicos paisajes del interior. Se intuye una sólida formación literaria detrás de algunas alusiones o del sofisticado andamiaje narrativo, pero nunca se cae en el amaneramiento o el pintoresquismo. Además, la trama se va siguiendo con interés y facilidad gracias a una dosificación inteligente de los elementos principales del argumento.
Por desgracia, a mi modo de ver, estas expectativas se ven algo defraudadas en el tramo final de la novela. Ciertamente su halo trágico justificaría que la conclusión no depare demasiadas sorpresas, pero el lenguaje es innecesariamente desgarrador y las acciones repetidas sugieren un efecto morboso algo pesado. Tampoco parece convincente el afanoso anhelo del protagonista por esclarecer la vida de su antiguo amigo, hasta el punto de enredarse en una aventura autodestructiva en la que no falta un escarceo erótico sin trascendencia. No está claro si el lector podrá identificarse con la obsesión que mueve toda la novela. Por eso, de las dos historias que confluyen en la novela, la del atormentado ex piloto de aviación y la del abogado prometedor, la primera acaba por superar en verdad y en interés a la segunda. 


Juan Gabriel Vásquez: El ruido de las cosas al caer, Madrid, Alfaguara, 2011, 259 págs.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Penelope Fitzgerald: La librería

Le eché el ojo a esta novela por dos motivos: 
- uno, por la portada, que me pareció atractiva; 
-dos, por la autora, que fue amiga de mi admirada Muriel Spark.
Después de terminarla (es breve), me he convencido de dos cosas más, a saber:
-la razón número 1 no sirve, igual que no te puedes fiar de una chica sólo porque sea guapa, 
-y la razón número 2 es inútil, porque los amigos de tus amigos no tienen por qué ser tus amigos.
El problema, creo, no está en que la novela no sea inteligente (que lo es) ni en que esté mal escrita (que no lo está ni mucho menos) . Como muestra de sus méritos, este botón: Un día, la protagonista, una inofensiva viuda de mediana edad, lleva su caballo enfermo al veterinario y este le dice que, para curar al animal necesita afilarle los dientes. Y pide ayuda a la mujer de la siguiente manera:

-Ahora, señora Green, si pudiera usted sujetarle la lengua. No se lo pediría a cualquiera, pero sé que usted no se asusta.
-¿Cómo lo sabe? -preguntó ella.
-Dicen por ahí que está usted a punto de abrir una librería. Eso significa que no le importa enfrentarse a cosas inverosímiles.

En efecto, no le falta ironía de la buena. Entonces, ¿dónde falla? Para empezar, el argumento es sencillo, tal vez hasta demasiado plano. La protagonista decide poner una librería en un pueblecito inglés perdido allá donde Churchill perdió el puro. Enseguida todos los habitantes la miran con incredulidad y se desatan las habladurías. El resto de la historia es tan leve que no lo vamos a destripar. Además, los personajes me resultan poco consistentes. O tal vez es que el entorno me resulta poco cercano. Es el problema de las novelas que basan su atractivo en el ambiente que evocan, sobre todo si pertenecen a un mundo que desaparece como es el rural. Hace unos cuantos años intenté, con nulo éxito, explicar El camino de Delibes a unos estudiantes norteamericanos. No entendían nada y las relaciones humanas, extrañísimas para ellos, les interesaban menos aún. La librería pertenece a ese linaje abundante de novelas inglesas inteligentemente escritas y dotadas de un fino humor, pero que se ciñen demasiado al propio espacio del que han salido. No me cabe duda de que muchos matices suyos se pierden al cruzar el canal de la Mancha. 

(Penelope Fitzgerald: La librería, Madrid, Impedimenta, 2010, trad. Ana Bustelo)

jueves, 15 de septiembre de 2011

Peter Englund: La belleza y el dolor de la batalla

La mayoría de los libros de Historia siguen una línea continua y se rigen por una serie lógica de causa-efecto. Hitler llegó al poder, luego empezó su política de expansión, luego invadió Polonia, luego empezó la segunda guerra mundial, etc. Lo fascinante de este libro, por el contrario, es que renuncia a la Historia clásica para hablarnos de la Primera guerra mundial de forma discontinua y estableciendo correspondencias azarosas entre sucesos simultáneos. 
Así explicado, puede resultar un tanto confuso, pero el esquema es muy sencillo y original. Peter Englund (historiador sueco y secretario de la famosa Academia de los Nobel) toma los testimonios autobiográficos (diarios, cartas, memorias) de veinte testigos y los va superponiendo uno tras otro. Cada capitulo abarca un pequeño episodio de la vida cotidiana de estos soldados, enfermeras, políticos, niños, mercenarios de múltiples nacionalidades. Los títulos informan del carácter próximo a la literatura de la narración histórica: "Paolo Monelli conversa con un muerto en el Monte Caroli", "Edward Mousley ve caer la nieve sobre Kastamonu", "Alfred Pollard resulta herido a las afueras de Zillbeke", "Willy Coppens es testigo de la metamorfosis de un insecto en persona", etc. A lo largo de seiscientas páginas vamos siguiendo los derroteros de estos personajes reales que se interrumpen para dejar paso a otro, y éste a su vez se abandona para dejarlo a un tercero, hasta que, de forma imprevista, volvemos a conocer un nuevo acontecimiento en la vida de aquel individuo que habíamos dejado páginas atrás. 
Muchas escenas son impresionantes y los personajes elegidos no pueden ser más dispares. El más estrafalario de todos es Rafael de Nogales, un venezolano enfermo de ardor guerrero, que ya ha estado en dos guerras antes y que toma el transatlántico para combatir en el primer ejército que encuentre. Al principio quiere ir con "la heroica Bélgica", pero no, los belgas no le hacen ni caso, tan ocupados están peleándose con los alemanes. Lo intenta con Francia, con Alemania, con el Imperio Austrohúngaro... en algún lugar lo toman por espía, en otro le sugieren que vaya a Montenegro, que allí estarán encantados de recibirle. Por fin, termina alistándose... en el ejército turco. La visión del genocidio contra los cristianos armenios lo dejará marcado.
He dicho que todos los personajes son muy distintos entre sí. Hay, sin embargo, dos cosas en común: la mayoría tiene un fuerte carácter y son personas cultivadas. ¿Cómo no pensar en esa baby sitter inglesa que trabaja en San Petersburgo y se alista como enfermera del ejército ruso por amor a su patria de adopción? ¿O esa Olive King, neozelandesa, que acaba de conductora de camiones militares de los serbios? Y he dicho que son gente con una preparación superior. Paolo Monelli lleva en su mochila su ejemplar manoseado de la Divina Comedia y el ingeniero Lobatov lee en las trincheras a Clausewitz como un oráculo para tratar de adivinar cuando acabará la guerra.
Especialmente conmovedor es el rumbo de los que terminan muriendo. Ese soldado australiano que pierde la vida en Gallípoli; o ese pobre Kresten Andresen, un joven inofensivo que sueña con volver a su casa y ser maestro de escuela: desaparece en una de esas macabras ofensivas del frente francés. 
A uno estas proximidades con la literatura le atraen. Ahora bien, si el planteamiento narrativo del libro es tan agradable, me pregunto qué renta sacamos a este poliedro de miradas sobre la guerra. ¿Cambia algo nuestra visión de lo que fue la Primera guerra mundial? ¿Hay detrás de todo una tesis, una nueva interpretación? Me parece que no: es difícil comprimir todo esta constelación de testimonios. Ni siquiera el título es del todo adecuado, quizá: hay mucho dolor y sólo un poco de belleza. Da la impresión de que el autor ha descompuesto la historia en miles de pedacitos, los ha tirado por la habitación y luego se ha alejado un poco para ver el resultado. Un resultado impresionante por su colorido, pero sin forma definida.