miércoles, 3 de noviembre de 2010

Claudia Piñeiro: Las viudas de los jueves


Tras un tiempo de cierta apatía en el mercado español por la literatura argentina reciente, en los últimos años algunas editoriales han empezado a apostar por títulos que no sólo nos devuelven a los nombres consagrados, sino que descubren las novedades más interesantes. Esta excelente novela  fue galardonada con el premio Clarín de novela 2005 y ha conocido una versión cinematográfica más bien discreta. 
Escrita de forma ágil y organizada en torno a una estructura muy bien trabada, se describe en ella la vida aparentemente idílica en un “country” porteño, una urbanización cerrada para ricos, durante la Argentina de los años noventa. Es notable, por cierto, cómo esta época de enriquecimiento fácil y pocos principios morales ya ha dado frutos atractivos en la literatura o en el cine con películas de éxito comercial como El mismo amor, la misma lluvia o Luna de Avellaneda.
En Altos de la Cascada, una exclusiva zona de acceso restringido, habitan unas cuantas familias que llevan un mismo estilo de vida y desean mantenerlo a toda costa. Allí, un grupo de amigos se reúne todos los jueves en casa de uno de ellos, lejos de sus respectivas esposas e hijos, para cenar, beber y divertirse. Sus mujeres se resignan, distraídas como están con sus compras, el cuidado de sus jardines o sus clases de filosofía oriental. Se llaman a sí mismas, bromeando, “las viudas de los jueves”. Todo transcurre en una idílica burbuja, sólo sacudida muy de vez en cuando con ocasionales incidentes en alguna familia que son semiignorados entre los demás vecinos para que no se perturbe la paz general. Pero una noche se produce una tragedia que destapa el lado oscuro de la vida en la que están todos inmersos.
El relato, que algo tiene de policial en su estructura, sigue los destinos de unos pocos personajes representativos a través de una forma objetivista y extraordinariamente eficaz, puesto que prescinde de moralinas en una historia que contiene un profundo sentido ético. Ese estilo seco y gráfico que exhibe la autora puede recordar en ocasiones al de cierta narrativa norteamericana (Cheever, Capote), a algún maestro argentino (Manuel Puig), así como a su propia formación de guionista de televisión.
Al mismo tiempo, mediante la organización de unos capítulos breves que sólo superficialmente parecen no tener que ver entre sí, se hilvana una historia que, poco a poco, se va concretando en torno a una trama coherente y cerrada. A lo largo de las páginas se muestra con agudeza y veracidad el drama de tantas familias actuales que carecen de recursos humanos y morales para enfrentarse a situaciones difíciles. Además, Claudia Piñeiro manifiesta una sensibilidad particular para reflejar un conflicto en relación con otras situaciones frecuentes. Así sucede con las separaciones y las reacciones de parientes y amigos, la violencia doméstica en relación con las frustraciones matrimoniales o las rebeliones adolescentes vinculadas a la desatención paterna. 
Sin embargo, uno de los puntos más sólidos de esta novela reside sobre todo en la inteligente pintura de la Argentina que va desde el ascenso de Ménem hasta el famoso corralito, cuyas consecuencias nefastas todavía sufre el país. El ambiente hipócrita de tanta gente que vive de espaldas a la realidad está magníficamente representado. Es esa mentalidad que calma su conciencia hablando piadosamente de “nuestros pobres” para referirse a la vecina barriada de casas modestas, mientras les separa un muro de hormigón y vigilantes armados. Para colmo, la propia amoralidad del sistema acaba pasando factura a quienes se benefician de él, ya que, como reflexiona uno de los pocos personajes medianamente lúcidos de la novela, antes “la plata tardaba más tiempo en pasar de mano en mano. Había familias conocidas nuestras, de mucho dinero, apellidos repetidos en distintas combinaciones dobles, generalmente gentes con campos”. Luego “tenían que pasar dos o tres generaciones para que la plata que se creía segura resultara no serlo. En cambio, en los últimos años, la plata cambiaba de dueño dos o tres veces dentro de una misma generación, que no terminaba de entender lo que estaba pasando”. En efecto: ese no entender, esa inconsciencia de los personajes no consiste sólo en vivir sin darse cuenta de la miseria real más allá de la paradisíaca urbanización, sino también en trabajar de una forma inmoral, sacando partido de negocios oscuros mientras se disfruta obscenamente de una escandalosa calidad de vida. Más tarde, cuando el país se derrumbe económicamente, también los ricos llorarán, víctimas ellos mismos del sistema improductivo en el que estaban encerrados. Y es entonces cuando se desplomarán también las caretas y se revelarán las verdades más amargas para muchos. El diagnóstico final quizá no sirva sólo para comprender mejor la desdichada situación argentina, sino también para acercarse al auténtico perfil de la mentalidad hedonista que caracteriza a nuestras opulentas sociedades occidentales. Vivir con mucho dinero y sin valores también tiene sus riesgos, y no sólo los derivados de la renta variable.
(Las viudas de los jueves, Madrid, Alfaguara, 2007, 246 págs.)Publicado en Aceprensa

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